ABUSO EN LA INFANCIA.

Buscar desesperadamente que te quieran, relaciones invasivas, donde ayudas al otro en una especie de compulsión esperando que esté ahí para ti, te quiera, y no ocurre.
Y momentos de desesperación que parecen calmarse con la comida aunque no recuerdas cómo llegaste hasta ahí ni que comiste.

Crecer con un hermano que quiere hacerte daño en cuanto tus padres no miran. Crecer en una familia donde el maltrato físico, emocional y psicológico de mamá, papá y un hermano era lo normal.

Es una película de terror crecer en ese ambiente, sin nadie que te proteja, sin que nadie pare el maltrato, sin que nadie lo nombre.

Cualquier cosa para tener el control sobre el otro, hacer daño, dominar como forma de vincular.

La indefensión de no poder hacer nada, confusión, desconfianza, terror, ira y odio contenido, de tener que vivir en una casa- campo de batalla, no sabiendo qué pasará luego, esta tarde, mañana.
En el cuerpo sentir dolor y terror. Y la vergüenza, no eres nadie, no importas a nadie, no mereces existir.

Que nadie denuncie, que nadie vea nada, que nadie llame a la policía. Silencio, mirar para otro lado.

Crecer en un ambiente familiar donde no sabes lo que es sentirte segura, protegida, cuidada.

Por todos aquellos/as que crecieron en un ambiente que no es hogar, sino casa- campo de batalla. Así no tendría que ser, no es lo natural.

¿Y sabes? Tú no hiciste nada malo, te toco un ambiente, unos adultos, hermano que están malitos, y sí, eres la más sana en ese ambiente, la que no ha parado de buscar ayuda y de intentar salir de ahí como has ido pudiendo en cada momento del camino.

Y ahora, en el presente, poder liberar y reprocesar ese dolor.
Poder comenzar a sentirte segura en tu cuerpo, en tu vida, cuidada y querida. Ahora sí comienza a ser conocida esa sensación de sentirte en casa, en tu hogar.


Foto: Gerd Atmann