LA LABOR COMO PROGENITOR.

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Realizar la labor de progenitor, de cuidador principal, de papá, mamá, no es fácil.

Cada uno tiene un coctel interno que necesita equilibrar y actualizar, igual que al actualizar el ordenador, habrá programas que ya estén osoletos y no valgan, no tendría sentido guardarlos cuando hay programas que funcionan mejor en la actualidad.

De esos programas internos, osoletos o actualizados, surgieran los comportamientos, las acciones hacia los hij@s, mi pareja, yo mismo, los demás.

 

Cada progenitor tiene ese reto interno de encontrar un equilibrio, desinstalar, instalar, actualizar, entre:

-Aquello que he aprendido de mi historia familiar: los esquemas mentales, emociones, sensaciones, recursos, habilidades aprendidas a través de mis progenitores, familiares, entorno; qué fue aceptado, qué fue reforzado, qué fue rechazado, qué fue reprimido.

-Aquello nuevo que he podido ir adquiriendo, que me ayudó a estar más en contacto conmigo mismo, recursos, habilidades, ampliar mi paleta de emociones, sensaciones, quizás haber aprendido a desmontar ciertos esquemas mentales; saber regularme ante los retos, las frustraciones;

-Aquello que he leído, me han contado, he escuchado de adulto, que me parece interesante, que tiene sentido, que me gustaría poder llevar a cabo en casa, con mis hij@s, familia. Y aunque sé que sería positivo y entiende lo bueno que sería, cuesta. Y veo como a veces me sale y la mayoría de las veces no. Cuando parece que voy manejando diferente la situación vuelvo “a caer” en esos viejos patrones conocidos. Puede ser agotador, frustrante, desesperante.

Es un coctel difícil de sostener, y la balanza se inclinará más hacia lo aprendido que ya es automático que hacia lo nuevo conscientemente adquirido a través de libros, de lo que escucho, de las ganas que tengo y le pongo.
Los cambios lleva un tiempo, constancia y que no exista contradicción interna para la persona. Lo nuevo que contradice los aprendizajes ya existentes no son aceptados por la mente, la mente elige lo conocido, lo familiar, aunque duela, aunque haga daño.

En ese sentido, nuestra mente va mucho más lenta que un ordenador.
Un ordenador en muy poco tiempo te desinstala viejos programas e instala nuevos. Nuestro cerebro no funciona así, no “suelta” los viejos programas porque yo lo decida, no instala nuevos programas porque yo considere que es mejor ahora.
El cerebro busca el equilibrio constantemente, compensando: autoengaño, culpa, sacrificio, idealización, aislamiento, acercamiento compulsivo, dolores… Usa diferentes estrategias para compensar lo vivido. Estrategias exitosas en compensar, en sobrevivir, no en vivir plenamente.

El cerebro es un órgano que busca la supervivencia, minimizar el dolor, lo confuso, lo que no puede integrar aunque eso genere síntomas diferentes.

El cerebro solo distingue pasado, presente y futuro desde una de sus estructuras, desde uno de sus cerebros, el cortex prefrontal, la parte cognitiva, la zona frontal de la frente.

 

Me gustaría terminar con esta experiencia personal:

El otro día presencié una escena muy bonita. Estaba esperando en la cola del banco y delante de mí había una abuela con su nieta en el carrito.
La niña tendría unos tres añitos y estaba de espaldas a la puerta, y cada vez que llamaban al timbre se giraba a mirar, así, una y otra vez. La abuela se dio cuenta de cómo la niña se revolvía en la silla, se giraba hacia atrás y no se estaba quieta.
Esta abuela podría haber tenido diferentes reacciones, según las conclusiones a las que llegara internamente, según sus esquemas internos, su relación con la autoridad, su mayor o menor empatía, tal y como he explicado antes, ese coctel estaba presente.
Su reacción junto a la explicación que le dio a la niña fue brillante, tuve que contenerme para no intervenir, para no felicitarla y darle las gracias por las consecuencias tan positivas que tenia lo que acaba de hacer y que seguro será su tendencia principal en su vida.
Todo fue muy rápido, en segundos, miró a la niña, miró la dirección a la que se giraba, y dijo en voz alta mirando a su nieta, “ah, claro, llaman al timbre y quieres ver quién entra, claro, por eso te giras cada vez que llaman al timbre”, y giró el carrito de la niña a mirar en dirección a la puerta para que pudiera ver directamente, sin ningún obstáculo quien llamaba y quien entraba.

Apoyando así su curiosidad, su atención, su movimiento, su identidad.